Durante el último cuarto del siglo XX hemos sido testigos de una reivindicación moderna decolonial, producto de la desvinculación de imperativos occidentales europeos. Tanto la nueva ascensión del poderío del hemisferio asiático como la fuerte creciente apreciación de las raíces latinoamericanas han producido un cambio de dirección en la comprensión de la modernidad, generando un quiebre en los ideales europeos aplicados en el mundo no europeo. En este nuevo cambio vemos que la influencia del colonialismo no fue recíproca para América como para Europa y debido a esto hubo un reemplazo de costumbres e imposición de otras. Vale decir que este planteo no requiere que se tome a la población latinoamericana como buena y la europea como mala, sino una nueva y más fuerte apreciación a esas raíces reemplazadas y en cierto modo olvidadas. El problema radica en nuestra psique puesto que la sociedad moderna en la que vivimos sigue arrastrando gran cantidad de ideales europeos y norteamericanos, mayormente a causa de las costumbres, pero también gran parte gracias a la globalización y los medios de comunicación; por lo que nos es muy difícil cuestionarla. Pero gracias a este cabio en la perspectiva podemos abrir puertas a la heterogeneidad, a la diversidad de culturas no europeas que deben ser valoradas y analizadas en mayor profundidad. La apreciación y no apropiación (en este caso más imposición que apropiación) es la clave para comenzar a crecer alejados de una perspectiva netamente europea.